Admirando la impresionante Historia del Pueblo de Israel, he aquí una síntesis biblica e histórica de este PUEBLO elegido por el Altísimo para dar a conocer a la humanidad entera la historia de esta elección:
Vista del Monte Hermon, en la frontera norte de Israel
‒ Es la tierra de
Israel, donde se le reveló a
Moisés la religión monoteísta, luchadores de un Dios llamado Yahvé (desde el
siglo XIII-XI a.C.) que desarrollaron allí la más fantástica de las aventuras
religiosas de la antigüedad occidental, y quizá del mundo entero. Así llaman
hoy a toda aquella tierra los judíos modernos, creadores del Estado de Israel
(a partir del año 1948), tierra que frente a pueblos enemigos se mantiene y
defiende con una mano orando y con la otra blandiendo la espada.
Los Diez Mandamientos que Moisés recibió en el Monte Sinaí
‒ Es la Tierra de
Canaán, propia de paganos, comerciantes astutos, hermanos de sangre de
los fenicios, también comerciantes, y parientes de los mercaderes arameo/sirios
(tanto el nombre de Canaán como el Fenicia parecen significar “tierra de
púrpura”, donde se tejen y reciben color los vestidos, que se venden entre
Egipto y Mesopotamia). Éste es nombre primero, y según muchos el más adecuado
para el conjunto de esa, desde el Hermón hasta el Sinaí, desde el Gran Mar
hasta el Río Jordán o el Desierto de Oriente.
VIVIENDO
EN ISRAEL:
Soy cananeo, por heredero de los
pueblos paganos. Me siento miembro de la vida universal, y de un tipo de primer
comercio mundial, pues allí, en la Tierra de Canaán, se
inventaron/descubrieron/expandieron, en el entorno siro-fenicio la Escritura
Alfabética, con la gran agricultura, un tipo de moneda mundial, con el mercado
marino de occidente.
Jaifa, jardines y puerto. Ciudad con mucha industria
Soy
israelita, leo la Biblia, la
entiendo y comento... y siento (asumo) la historia antigua de Israel como mi
historia. Me siento más cerca de Isaías y de Jeremías que de Homero y y
Virgilio. Las promesas de Israel me siguen "con-venciendo", es decir,
me hacen buscar la victoria de la vida sobre la muerte, en esperanza creadora..
Jerusalén. Vista del "Kotel" verdadera Sinagoga al aire libre, es el Muro del Templo de Jerusalen (llamado el Muro de los Lamentos o el Muro Occidental)
Y en todo eso soy
cristiano, como alguien que habiendo
descubierto en Jesús el secreto y camino que le permite ser, al mismo tiempo,
pagano, e israelita, siendo radicalmente humano. Desde esta perspectiva les
brindo mi nueva impresión de los caminos de esa "tierra santa".
1. Tierra de Canaán,
tierra prometida.
La Biblia supone que
el mismo Dios ha concedido a los israelita una tierra, la tierra de Canaán, que
se extiende desde Fenicia (Sidón) hasta el sur de Palestina (Gaza, ciudades del
Mar Muerto: cf. Gen 10, 15-19) o, con más precisión, desde Dan hasta Berseba (Jc 21, 1; 1 Sam 3, 20; 2 Sam 17. 11).
‒
Es la tierra de los cananeos, comerciantes, de
grandes ciudades, entre Egipto y Mesopotamia, en el camino entre las grandes
culturas de Oriente.
‒ Es la tierra las promesas, que Dios concede a los israelitas, conforme al testimonio unánime del Antiguo Testamento (Ex 6, 4; Num 13, 2; Dt 32, 49; Sal 105, 11). Ella está especialmente vinculada a las tradiciones de Abrahán y a los relatos de la conquista, que trazan dos líneas de tradición distintas pero vinculadas.
‒ Es la tierra las promesas, que Dios concede a los israelitas, conforme al testimonio unánime del Antiguo Testamento (Ex 6, 4; Num 13, 2; Dt 32, 49; Sal 105, 11). Ella está especialmente vinculada a las tradiciones de Abrahán y a los relatos de la conquista, que trazan dos líneas de tradición distintas pero vinculadas.
Jerusalén, sus murallas. La Capital eterna de Israel
‒ Es la tierra de los
otros pueblos que Israel acoge: filisteos antiguos, árabes nuevos,
musulmanes y cristianos, lugar de cruce de culturas y de historias. Pero aquí
quiero destacar su aspecto “israelita”, desde la tradición de la Biblia.
Así quiero empezar
hablando de la tierra prometida. Toda la antropología
bíblica está vinculada a la experiencia de la tierra que Dios ha prometido a
los hombres, especialmente a los israelitas, como lugar de vida y plenitud de
los hombres, dentro de un mundo también creado por Dios (Ge 1-2). Pensando en
esa Tierra prometida a la que deben entrar los israelitas ha sido escrito el
Pentateuco. La tierra aparece así como teofanía o manifestación de Dios (Gen
15, 7; Dt 8, 1-10), según muestra el final del Pentateuco (Dt 34, 1-12) y el
comienzo de los libros históricos (Jos 1, 2-6). Ciertamente, muchos pueblos han
interpretado su entorno natural (montañas y mares, ríos y valles etc.) como
bendición de Dios y experiencia salvadora, de manera que han mantenido y
cultivado un tipo de adoración de la tierra..
Pues
bien, los israelitas han aportado en este campo una experiencia especial. Por
una parte, han desacralizado toda tierra, afirmando que ninguna es sagrada, ni
puede adorarse (Ex 20, 4; Dt 5, 8). Por otra parte, han concebido su tierra,
Eretz de Israel, como signo de elección y presencia divina.
Masada. La fortaleza construida en el desierto por Herodes
La tierra aparece así
como el primero de los dones naturales de Dios, pero no es Madre-Diosa de la
que nacen los hombres, como en los mitos cosmogónicos de oriente y occidente,
sino barro del que los hombres han surgido por obra de Dios (Gen 2, 7) y don
que Dios les ha ofrecido y que ellos deben heredar (Gen 15, 7; Dt 3, 28; 12,
10; 31, 7; 1 Sam 2, 8; Jer 3, 18) a través del éxodo liberador y de un camino
de desierto. Finalmente, ella es meta a la que tiende la vida del pueblo:
Moisés muere sin haberla alcanzado (Dt 34) y los profetas y apocalípticos la
siguen prometiendo (Is 65, 17; 66, 22), como repite el Apocalipsis cristiano
(Ap 21, 1).
Por defender su
tierra, centrada en Jerusalén, lucharon muchos judíos, tanto en tiempos
anteriores a Jesús (macabeos), como posteriores (guerra del 67-70 d. de C) y
por defenderla han creado los judíos el Estado actual de Israel.
Tierra
que mana leche y miel.
La Biblia afirma que
Yahvé prometió a los hebreos esclavizados en Egipto una «tierra de leche y
miel» (cf. Éx 3, 8.17; 13, 5), como garantía plenitud, una tierra buena y ancha
(tobah wrhabah), a diferencia de Egipto que era lugar de maldad y estrechez.
La tierra que Dios
promete a los hombres es un espacio de abundancia y amplitud, de gozo y
ternura, que están simbolizados por la leche y la miel. En ese contexto se
añade que los israelitas van a renacer desde el amor de Dios ( Lev 20, 24; Num
13, 27; Dt 6, 3; 11, 9 etc). Es evidente que en el fondo de ese deseo influye
la añoranza del paraíso (Gen 2-3), reinterpretado en forma histórica, como
experiencia de vida feliz.
Tel-Aviv, la segunda ciudad de Israel
La
tierra futura anhelada es más que un espacio puramente geográfico o material: Israel
ha sido y sigue siendo campo de contrastes, de dureza, sacrificio y muerte. Sin
embargo, a los ojos del israelita ella aparece, como símbolo de nuevo
nacimiento, cuna de humanidad.
Ciertamente,
esa expresión (tierra que mana leche y miel) puede convertirse en un signo
mítico: el Dios de la Biblia nos sacaría de este mundo real para llevarnos a
una tierra imaginaria, un jardín de maravillas que solamente existe en nivel de
fantasía. Pues bien, en contra de eso, los
textos del Pentateuco saben que los hebreos se dirigen de hecho hacia una
tierra concreta y disputada sobre el mundo, ellos se dirigen al meqom (Ex 3, 8) o
lugar donde se encuentran asentados los seis (o siete) pueblos cananeos, heteos
(=hititas), amorreos, etc., para iniciar allí su andadura como pueblo
mesiánico, en un camino concreto de conflictos y esperanzas.
Amanecer en el Lago de Galilea (o Kinneret)
Tierra
de Abrahán, padre de judíos, padre de los creyentes.
La
tradición de la promesa de la tierra se encuentra vinculada con la memoria de
Abrahán, desarrollada en los capítulos centrales del Génesis. Conforme a esa
memoria, Abrahán «toma» pacíficamente una tierra que era de otros, teniendo que
pactar con sus habitantes (y con sus dioses), apareciendo así como peregrino en
una tierra que no es sólo suya, como indicaremos comentando el texto básico de
Gen 12, 1-8.
Dios acaba de bendecir a Abrahán y le ha mandado que salga de su tierra (de Mesopotamia), con su familia, hacia una tierra nueva que el mismo Dios le mostraría.
Dios acaba de bendecir a Abrahán y le ha mandado que salga de su tierra (de Mesopotamia), con su familia, hacia una tierra nueva que el mismo Dios le mostraría.
(a)
Salieron hacia la tierra de Canaán y entraron en la tierra de Canaán… (Gen 12,
5)Dios
no le había dicho todavía dónde debe dirigirse. ¿Por qué viene a Canaán? Se
puede responder de dos maneras. El redactor (que sabe ya cuál es la tierra
prometida) nos haría ver que Abrahán iba cumpliendo la promesa, aunque él no lo
supiera. Pero también se podría pensar que Abrahán estaba haciendo lo único
sensato en su lugar y tiempo: toma la ruta del Creciente Fértil y por ella
avanza con los otros caminantes de la historia. Desde Harrán, siguiendo la
lógica de las emigraciones, Abrahán tiene que pasar por Siria y Canaán para
llegar a Egipto.
(b)
Y penetró Abrahán por la tierra hasta el maqom de Siquem, hasta la encina de
Moréh (de la Visión) (Gen 12, 6). Ha dejado todo para seguir la palabra de
Dios. Pero, al mismo tiempo, va buscando a Dios, como lo indica el hecho de que
viene hasta el maqom o santuario. Quizá pudiéramos decir que viene encarnándose
religiosamente por la tierra que atraviesa. Podría añadirse que la misma
palabra de Dios le ha llevado a buscar su presencia en los lugares donde otros
le invocaban ya. En esa misma línea ha de entenderse la referencia a la encina
de Moréh. En Israel eran abundantes los → árboles sagrados, vinculados a veces
con el culto baalista que los profetas persiguieron. En este momento no hay aún
ningún rechazo antipagano (aunque el texto recuerda que entonces habitaba en la
tierra el cananeo: 12, 6). Abrahán llega al santuario de la encina que es árbol
de visión o instrucción-revelación, como indica su nombre Moréh (vinculado a
yarah, torah etc), para recibir allí la palabra de Dios.
(c)
Yahvé se apareció a Abrahán (Gen 12, 7). De pronto, en medio
del camino, el proceso de su búsqueda humana se abre y Dios actúa nuevamente con
el nombre propio de Yahvé. Al principio estaba sólo la palabra (wayy‘omer: Gen
12, 1). Ahora llega la visión (wayyera‘: 12, 7); Dios mismo aparece en su forma
personal, como Yahvé, mostrándole su presencia. Abrahán busca en una tierra
donde ya había otras personas habitando y adorando a Dios, junto al santuario
antiguo (cananeo) de Siquem, bajo el árbol sagrado de las revelaciones. Yahvé
se le muestra de manera nueva, como el Dios que le había llamado, diciéndole
que saliera de su patria; le ha estado esperando aquí, en la tierra nueva,
cumpliendo su palabra y declarando así la santidad del lugar al que ha llegado.
De ahora en adelante, Siquem ya no será significativa (para los israelitas) por
su viejo santuario cananeo sino porque Yahvé se ha revelado allí, mostrando su
rostro (presencia) al patriarca peregrino y diciéndole su palabra: «a tu
descendencia daré esta tierra» (12, 7). El centro de atención ya no es la
tierra sino el mismo Dios de Abrahán que le ofrece su palabra y le promete su
asistencia.
(d)
Y Abrahán construyó allí un altar para Yahvé que se le había aparecido (Gen 12,
7) . Elevar un altar
significa aceptar la palabra de Dios, respondiendo a ella con gratitud. El
altar (mizbeah) es el lugar donde los fieles sacrifican (zabah), mostrando su
fe en Dios y dándole gracias. Si Abrahán eleva un altar es porque cree, porque
admite la palabra de Dios, porque sigue firme en su esperanza. Abrahán responde
a la revelación de Dios fijando un signo sagrado sobre el suelo, creando así un
espacio religioso que es garantía de presencia de Dios y principio de respuesta
humana.
(e) Y se trasladó
desde allí a la montaña, al este de Betel… plantó su tienda, construyó un
altar… e invocó el nombre de Yahvé (Gen 12, 8). Esta noticia (sobre
el altar de → Betel) se relaciona con la que ofrece Gen 28, 11-22 donde se
narra el sueño de Jacob, con la visión de la presencia de Dios, la erección de
una estela sagrada y la promesa de construir un santuario. Este último relato
se encuentra más desarrollado y ofrece una visión más precisa del origen del
santuario de Betel (=Casa de Dios). Sin embargo, la tradición recogida en Gen
12, 8 resulta también significativa. Miremos un mapa de la Tierra Santa. El
patriarca sigue dirigiéndose hacia el sur, tomando posesión prospectiva,
esperanzada, caminante, de la tierra de Canaán. El texto dice que plantó su
tienda. La plantó para luego levantarla (ese es el sentido de Gen 12, 9), en
camino que le va llevando al cumplimiento definitivo de la promesa. Ha recibido
un signo de Dios (se le ha mostrado) y responde, tanto en Siquem como en Betel,
construyendo un altar, es decir, poniendo marcas de misterio en su camino y
abriendo así un espacio de experiencia religiosa para sus descendientes.
La
misma dinámica de la vocación hace que Abrahán viva en caminos, morando en
tiendas (sin suelo firme, sin tierra propia); pero su mismo gesto, fundado en
la palabra de Dios, va ofreciendo signo y principio de vida para sus
descendientes. Es significativo el
hecho de que en este primer momento no aparezca Jerusalén, un motivo que
después ha sido integrado en los recuerdos del patriarca en Gen 14, 18-24. Por
ahora, Abrahán sigue su camino y desciende hacia el Neguev, para tomar luego la ruta del hambre (y deseo de
abundancia) que conduce a Egipto (Gen 12, 10).
Historia antigua, situación actual.
Jerusalén. Puente moderno a la entrada de la Capital de Israel
Aquí vemos la
tradición judía. Junto a la historia pacífica de Abrahán que camina sin guerra
por la tierra de Canaán, sabiendo que es un don de Dios, aceptando la presencia
de otras gentes y otros cultos con los que tiene que pactar, el conjunto del
Pentateuco judío y de un modo el libro de Josué han impuesto la visión de la
conquista de la tierra, que Dios ha concedido a los israelitas y que ellos
pueden poseer..
«Cuando
marche mi ángel ante ti y te introduzca en la tierra del amorreo, del hitita y
ferezeo... no adores a sus dioses ni les sirvas, no fabriques lugares de culto
como los suyos, sino que has de destruirlos y derribar también sus piedras
sagradas (Ex 23, 23-24).
Estas palabras forman
parte de un pacto de constitución sacral y/o social del pueblo (Ex 34, 10-11;
Jc 2, 1-5; Dt 7 y 20), que vincula a los federados de Yahvé, haciendo que se
opongan a los cananeos para destruirlos, en guerra militar e innovación
popular.
«Cuando Yahvé, tu
Dios te haya introducido en la tierra a la cual entrarás para tomarla en
posesión, y haya expulsado de delante de ti a muchas naciones (heteos,
gergeseos, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos: siete naciones
mayores y más fuertes que tú) y cuando Yahvé tu Dios las haya entregado delante
de ti y tú las hayas derrotado, entonces destrúyelas por completo. No harás
alianza con ellas ni tendrás de ellas misericordia. No emparentarás con ellas:
No darás tu hija a su hijo, ni tomarás su hija para tu hijo. Porque desviará a
tu hijo de en pos de mí, y servirá a otros dioses, de modo que el furor de
Yahvé se encenderá sobre vosotros y pronto os destruirá. Ciertamente así habéis
de proceder con ellos: Derribaréis sus altares, romperéis sus piedras rituales,
cortaréis sus árboles de Ashera y quemaréis sus imágenes en el fuego. Porque tú
eres un pueblo santo para Yahvé tu Dios; Yahvé u Dios te ha escogido para que
le seas un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la faz de
la tierra» (Dt 7, 2-6)
Así
vinieron a presentarse como nación santa y pueblo sacerdotal (cf. Ex 19, 5-6),
sobre una tierra que los judios consideran suya, Tierra Santa, con Jerusalén como su eterna Capital.
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